Nos juntamos solo cuatro (Herrera, Castillo, Real
Macedo y yo), pero la pasamos muy lindo, acompañadas por el vinito de honor traído
por el profesor, con ese principal salud por todos los ausentes y un piqueo
nutritivo de Castillo que nos dejó encantados, y por supuesto no faltaba la
conversación y la música sentados a la mesa recordando y sacando memorias de
ese baúl de los recuerdos.
Grande fue la emoción cuando Gustavo sacó de la
maletera un ramillete de fotos, algunas eran la continuación de la entrega de
diploma en nuestro último año y algunas tan valiosas como el rostro orgulloso de
su madre y de nuestra querida maestra Marina.
Un nuevo encuentro nos invita a sellar nuestro lazo
de amistad, nuestro compromiso de fraternidad, de saber cuál es nuestro
principal acercamiento, valorando así cada momento al lado del uno y del otro.
La importancia de saber que todo lo descubierto ha sido del pasado, que lo que
conversamos ahora y lo festejamos como grande, como meritorio, porque son
vivencias, memorias, secretos, historias reales y regresan para recordarnos lo
felices que fuimos cuando éramos niños.
Emotivo todo, una larga noche, tratando de ocupar
cada segundo, tratando de obtener información. Vinieron a nuestra memoria también,
el método de nuestra profesora para poder aprender de memoria el recitar de
cada verso…. Tanta fue la emoción que Real Macedo se animó a recitar poemas
completos de Vallejo, confesando también que tiene muchos escritos de su propia
auditoria, creación que guarda con sentimiento, como el poema a Miss Marina.
Nombramos a Sandro, lo bien que se desarrollaba
frente al público y su excelente voz y entonación para decir: ¡A COCACHOS
APRENDÍ! y nos animamos, y recitamos todos juntos, emocionados, casi, casi gritando y llorando.
Estamos convencidos que no importan los años,
importan los momentos vividos y lo obtenido.
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